
En el vasto panorama de la historia humana, los relatos bíblicos de Sodoma y Gomorra han perdurado como advertencias morales sobre la supuesta perversión sexual. Estas narrativas milenarias, aunque originariamente religiosas, han sido utilizadas a lo largo de los siglos para justificar leyes y prejuicios contra las personas cuyas formas de amar y expresar su sexualidad desafían las normas establecidas.
Hace 25 años, Chile rompió con esa tradición de discriminación al despenalizar las relaciones homosexuales con consentimiento entre hombres, poniendo fin a más de un siglo de criminalización basada en una visión estrecha y moralizante de la sexualidad. Este cambio legal fue un hito histórico que no solo reconoció la igualdad de derechos para la comunidad LGBTQ+, sino que también desafió la idea de que el Estado tiene derecho a regular y castigar las relaciones íntimas consensuales entre adultos.
Sin embargo, es crucial señalar que la despenalización no marcó el final de la lucha por la igualdad. Durante demasiado tiempo, las leyes y las normas sociales han relegado a las minorías sexuales a las sombras, negándoles el derecho básico de amar y vivir con libertad. Incluso dentro de la legislación, la omisión de las relaciones entre mujeres subraya la larga historia de invisibilización y exclusión que han enfrentado las mujeres, cuyas identidades y deseos han sido ignorados o distorsionados por un marco legal predominantemente masculino y heteronormativo.
El amor y la vida en común se cimientan en la capacidad de dos personas para compartir íntimamente sus cuerpos, mentes y emociones. Esta conexión profunda trasciende cualquier marco legal o religioso impuesto desde afuera. Es una expresión de la humanidad en su forma más pura y compleja, que merece ser celebrada y protegida, no regulada ni reprimida.
Mirando hacia adelante, el desafío continúa: transformar la legislación no es suficiente si no va acompañado de un cambio cultural profundo. Es necesario desmantelar los prejuicios arraigados y construir una sociedad donde cada individuo pueda vivir sin miedo a la discriminación o la violencia debido a su orientación sexual o identidad de género.
La historia de Sodoma y Gomorra, lejos de ser una maldición perpetua, puede ser reinterpretada como un llamado a la comprensión y la empatía hacia las diversas formas de amor humano. La ley debe reflejar no solo nuestros valores presentes, sino también nuestro compromiso con la justicia y la igualdad para todos los seres humanos, independientemente de quiénes amen o cómo amen. En última instancia, la verdadera liberación radica en reconocer y respetar la autonomía y dignidad de cada persona en todos los aspectos de su vida, incluyendo sus relaciones íntimas y su expresión de amor. A medida que avanzamos hacia un futuro más inclusivo y justo, debemos seguir trabajando juntos para construir un mundo donde todos puedan amar libremente y ser plenamente aceptados por quienes son.
Columna de opinión por Lorena Alarcón Jacque,
Directora Fundación Innova País.
GIPHY App Key not set. Please check settings